El apocalipsis siempre ha dado mucho juego, la verdad. En todas las épocas ha habido profetas de la destrucción y, desde la inolvidable escena final de El planeta de los simios, está claro que los culpables vamos a ser nosotros.
La última propuesta es El quinto día, serie alemana basada al parecer en una novela muy conocida (no por mí), según la cual, la amenaza va a llegar del mar, en venganza a nuestros desmanes. La producción visualmente es tan sorprendente como cabía esperar, pero narrativamente flojea y los mensajes ecológico-trágicos empiezan a resultar ya un poquito ingenuos. Es como para verla de ruido de fondo, sin mucha atención.
El año pasado, sin embargo, pudimos disfrutar de dos propuestas muy similares que nos hablaban de la humanidad en peligro. El colapso, francesa, y El apagón, española. Ambas se estructuraban en capítulos en apariencia independientes, aunque ligados a la misma trama; de apenas de treinta minutos, pero capaces de provocar la angustia necesaria desde postulados tan creíbles como aterradores. Aquí sí hay una reflexión, nada efectista, sobre el comportamiento del ser humano ante situaciones de pánico y, sobre todo, sobre cuál puede ser el devenir de nuestra civilización ante una situación inesperada que rompa todas nuestras barreras mentales de seguridad. Merecen la pena las dos.
Pero si verdaderamente alguno queréis sufrir con lo que pueda llegar, lo mejor es lanzarse a leer La carretera, de Cormac McCarthy. El novelista americano nos sitúa en un futuro indeterminado pero reconocible para acompañar a un hombre y su hijo, apenas un niño, en un largo viaje de salvación a través de un país devastado y donde la mayoría de los seres humanos se han convertido en bestias salvajes. También hay película, buena, pero esta vez, sin ninguna duda, recomiendo el libro.
Y llegados a este punto, quizás deberíamos de preguntarnos por qué nos gusta tanto pensar en el final. Y ojo, que no digo que no haya personas que estén pidiéndolo a gritos, pero todos, todos… no sé, se me hace bola, la verdad.
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En todas las épocas ha habido profetas de la destrucción y está claro que los culpables vamos a ser nosotros. Pero llegados a este punto, quizás deberíamos preguntarnos por qué nos gusta tanto pensar en el final.