Hace unos meses, hablando de la película Atenea de Costa Gavras (hijo), titulaba el comentario aludiendo al fin del tiempo de la resignación. Quizás podría parecer un titular frívolo siendo conscientes de que hoy día todo puede convertirse en manipulado producto de consumo, y también, por supuesto, la revolución.
Pero eso no debe llevarnos al cinismo de olvidar la existencia de la injusticia y el sufrimiento en muchos lugares de nuestro planeta.
Acabo de ver Los Reyes del Mundo, una película colombiana que recibió la Concha de Oro en el pasado Festival de San Sebastián. Sus protagonistas son cinco chicos de la calle que viven en Medellín y emprenden un viaje a otro pueblo del país para reclamar unas tierras que les corresponden por herencia según la ley de restitución.
El trayecto será largo y en él descubrirán temas como la muerte o la pérdida, porque, como los niños perdidos de Peter Pan, aún guardan en su interior mucho de inocencia.
Frente a la crueldad del drama, su directora, Laura Mora, les regalará una capa de poesía que cubre la historia, a un nivel onírico capaz de convivir con el dolor. Y sobre todo, les regala la amistad, una amistad tan honesta que rompe el corazón y que los hace grandes. Habrá momentos de desesperación, pero nunca se perderá la ternura. La lucha es por algo contundente: vivir sin ser despreciados, crear su propio reino, su Nunca Jamás.
Los finales son lo que queramos que sean, y Mora decide que no se merecen la tragedia y sí la esperanza, aunque sea sólo un sueño. Porque al final, todos queremos llegar a Itaca, y si Ítaca no existe, eso es lo de menos. Ellos la harán posible, para eso son, merecidamente, los reyes del mundo.
Una maravilla. No os la perdáis.
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Hoy día todo puede convertirse en manipulado producto de consumo, pero ello no debe llevarnos al cinismo de olvidar la injusticia y el sufrimiento. Los Reyes del Mundo nos habla de la lucha por algo contundente: vivir sin ser despreciados.