Ulises en Cádiz

Carlos Herrán

27/07/2021

Joyce Cadiz

Lo siguiente es un chiste:

Quiyo, éshame la maroma.

El marinero de la US Navy no entiende al tipo que le habla desde el muelle, junto al bolardo. Entre los dos, van a enlazar tierra con mar: maroma en bolardo. Barco amarrado. Un hombre en tierra recibe, otro desde la cubierta arroja cuerda muy gruesa. Así viene haciéndose desde quién sabe cuándo.

—I don’t understand. What’d you say?

—Du yu pikinglis?

—Yeah, yeah – alivio en el marinero.

—Pue coño, quiyo, éshame la maroma.

***

Ulises. El griego. El de Homero. El dublinés. El de James Joyce. Me sorprende el verano atacando la lectura del Ulises irlandés, o sea, universal, en la costa de Cádiz. No es casual, sino una revancha contra el joven arrogante que intentó leerla en inglés hace 40 años. Una lectura así es premeditada y, hasta cierto punto, alevosa. No corro ningún peligro y mucho menos en Cádiz. Allá yo con mi verano. Es cosa mía si decido acarrear el tomo de casi mil páginas y tapas duras por playas aventadas y piscinas. Empecé tímidamente a leer ante la línea horizontal del mar, quizá para conectar mejor con el aventurero. La fuerza del texto y la del mar me llevan a abrir la boca continuamente (con el consiguiente riesgo de comer arena). Es como una epifanía. O sea, que iba de esto. Entonces, cuando lo dejé en la página 250 de 700 de la edición de Penguin, allá por 1981, ¿realmente me había enterado de algo? Leo y releo a veces algunos pasajes y encuentro tranquilidad al levantar la vista y ver el mar y escuchar. Es el horizonte, pero, sobre todo, el sonido de la playa, de la gente, de lo humano, de lo infinitesimalmente humano. De eso va el Ulises.  Ahí se conectan lectura y experiencia. Los gritos de niños y padres, las voces y modismos típicos de Cádiz se cuelan en el libro, mezclándose con las voces, pensamientos y acciones de sus personajes de Dublín, tipos vulgares para ser protagonistas de una novela entonces (se publicó en 1922), que abría el siglo XX literario. Vulgares, pero no tanto. Más bien, corrientes. Y por eso mismo, héroes de la vida. Como la gente de la playa. Intento imaginar un día en sus vidas, como el de Ulises-Leopold Bloom: el 16 de junio de 1904 en Dublín (la fecha en que Joyce conoció a la que sería su pareja toda la vida, Nora Barnacle). El padre de familia, la madre, los niños, el clan, que a duras penas retiene cerca de la cabaña playera ya a sus adolescentes de cuerpos de fantasía y piel trigueña, que se bañan solas, con el ojo en las espaldas de los pishas que las acechan, el que pasa con el carrito de los pastelillos, el inmigrante que camina cansado y sobrecargado de isla humana en isla humana, esperando amarrar durante unos minutos en la paz del puerto, que ha vivido ya su pesadilla del mar, ajeno a literaturas y aventuras intelectuales que se nutren de seres vulgares, pero no tanto. Levanto continuamente la mirada del libro. Así nunca lo voy a acabar. Sin embargo, ya llevo casi 400 de las más de 900 de esta edición. Pero sí, ahora, 40 años de vida después, leo y entiendo el Ulises: todo se me muestra en un instante de playa vivo, irrepetible y trascendente desde su intranscendencia, como el cuadro impresionista que inmortaliza una tarde de domingo a finales de 1800 en un parque de París.  Y el mar azul, que nos abraza a todos, perpetuando la aventura del mundo.

Dublín-Cádiz. 100 años del Ulises de Joyce. Ahora sí, quiero. El mundo. Tú.

Es el horizonte, pero, sobre todo, el sonido de la playa, de la gente, de lo humano, de lo infinitesimalmente humano. De eso va el Ulises.  Ahí se conectan lectura y experiencia.