Lo sé. Hay que decirlo sin vergüenza, pero cuesta. Se supone que hay libros que, aquellos que amamos la literatura, deberíamos conocer. Sin duda, el Ulises de James Joyce está entre ellos. Y ahora que se cumplen cien años de su publicación, tengo que reconocerlo: sigo sin leer Ulises, aún, no, yo no lo he leído.
A ver, no quiere eso decir que esté totalmente alejado del genio irlandés (ante cuya estatua pedí perdón en un reciente viaje a Dublín). Pero el Ulises se me ha resistido hasta ahora. Hace unos años, sí me atrevía con el Retrato de un artista adolescente, una novela rara y muy interesante en la que lo que más me extrañaba era su sentido del humor.
Y hace poco, releí la que creo fue su primera publicación, la colección de cuentos que, bajo en título común de Dublineses, dibuja un tapiz apasionante y delicado de esa ciudad que no tardó en abandonar para recorrer diferentes ciudades europeas. Son pequeños retratos en los que el realismo no se esconde, pero donde también habitan trozos de ternura.
Precisamente, el último de los relatos que componen este volumen, Los Muertos, para mí una joya de precisión que casi la acerca a una fotografía coral íntima, sirvió de base en 1987 a John Huston para su última película, un ejemplo de cómo trasladar a imágenes una obra literaria. Es difícil no enamorarse de ella.
Y para terminar, acabo de concluir una novela aún no publicada en español, Nora, de Nuala O’Connor, en la que la autora recorre la vida de la que fue la compañera eterna del escritor, su soporte y posiblemente, también en muchas ocasiones, su inspiración. A base de pequeños monólogos íntimos, conocemos algo más que una historia de amor: la de dos personas que deciden convivir, convertir su vida en un complejo y hermoso compromiso mutuo.
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Ulises sigue en la estantería esperando. Me había propuesto celebrar su aniversario dándole lectura. Me quedan algunos meses y me gustaría contaros en un tiempo que he cumplido. Eso sí, prometer no prometo nada.