Una de las muestras más importantes de la magia del cine es para mí el hecho de que, incluso a quienes no somos deportistas, las películas sobre deporte consiguen emocionarnos mucho más de lo que nunca nos ha emocionado un partido, sea de lo que sea.
Recuerdo, como muchos 50plus, la sensación de triunfo total que teníamos al final de Evasión o Victoria, película que me niego a juzgar desde el punto de vista cinematográfico: bastante nos dio desde el punto de vista emocional.
El cine de deportes tiene dos características que debe de explotar para engancharnos: por un lado, aprovechar las posibilidades que desde el punto de vista visual ofrece cualquier deporte; y por otro, lo fácil que resulta emocionarnos a todos ante el momento de perder o ganar, qué fáciles somos.
Hay muestras míticas como Rocky, donde conseguían que el sudor y los golpes fuesen estéticos. El Mejor, donde daba igual saber muy poco de beisbol para desearle lo mejor a Robert Redford, o Jerry Maguire, en la que nos apetecía creernos que lo importante no es siempre el dinero. Por no hablar de esa melodía que tarareábamos cada vez que empezábamos a correr, gracias a Carros de Fuego. Sí, el cine de deportes siempre nos ha enganchado porque es epidérmico.
Y hay muchas, muchísimas para elegir. Aunque sólo haya hecho mención a unas cuantas, no quiere decir que olvide Toro Salvaje, Million Dollar Baby o Moneyball… No hay disciplina olímpica que no cuente con una.
Netflix acaba de estrenar otra, Garra, centrada en el mundo del baloncesto profesional. Sin ser la mejor, es una historia agradable, blanca, ideal para disfrutar con hijos menores (y algún nieto, que ya empiezan a aparecer) y contarles, de forma sencilla, el importante valor del esfuerzo. No va a ser recordada como un clásico, pero sí es un paso más para recordar que el cine es tan mágico que consigue engancharnos a muchos a aquello a lo que nunca nos engancharíamos en la vida real.
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El cine es tan mágico que consigue engancharnos a lo que nunca nos engancharía en la vida real. Y el de deportes es epidérmico, nos emociona con suma facilidad.