Como muchos de mi generación, descubrí el mundo de Tolkien ya adolescente. Me recuerdo devorando El Señor de los Anillos y disfrutando con esa mitología europea llena de elfos, enanos y trolls, entre otras faunas. No sé si la relectura hoy día me llevaría al nivel de apasionamiento de entonces, no lo voy a comprobar, prefiero quedarme con la memoria.

Las películas de Peter Jackson también las disfruté, pero personalmente creo que no estaban a la altura. Más que nada, la megalomanía del director iba avanzando al ritmo de la historia, y la última de la trilogía me resultó apabullante en su longitud, su movimiento de masas, su alargado final…

Creíamos que todo había terminado, y hete aquí que ha aparecido nada menos que una precuela – ¿cuándo y porque se fabricaron los famosos anillos? – y Galadriel, una elfa a quien conocíamos de la saga, va a ser la heroína que nos embarque en esta lucha entre la luz y la oscuridad.

Los anillos del poder acaba de estrenarse en Netflix y es apasionante. Son ocho horas de aventuras en una tierra mágica y sorprendente, con una producción grandiosa, pero sin olvidarse de una escritura precisa en su creación de un mundo singular y el dibujo de un conjunto amplio de personajes.

Pero sobre todo, en mi caso, ha resucitado esa satisfacción que entonces tenía mucho de ingenuidad y que ahora nace de la capacidad de disfrutar sin necesidad de trascendencia. Sí, me ha gustado más que las películas (sé que a algunos les sonará herético) y he sentido el regusto de la sorpresa inicial, de aquellas noches en que dejar de leer era tan difícil. De hecho…. yo creo que incluso me veo un poco más joven.

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‘Los anillos del poder’ son ocho horas de aventuras con una producción grandiosa, pero con una escritura precisa en la recreación de un mundo singular y sus personajes. En mi caso, ha resucitado la satisfacción que me produjo la lectura de los libros de Tolkien.