A pesar de compartir apellido con Elena Quiroga y de que en la biblioteca familiar estuviesen muchas de sus obras, nunca hasta ahora la había leído por considerarla siempre una autora menor. La única excusa a este respecto, podría ser el poco espacio que ocupaba en los libros de literatura.

Precisamente, con motivo de levantar la biblioteca de casa de mis padres y de decidir que, ante la imposibilidad lamentable de darles a los libros una nueva vida, iba a intentar rescatar todos los que pudiese, he hecho una selección bastante arbitraria de obras que quizás sea el momento de descubrir.

La primera, Tristura. La historia que nos cuenta es la de Tadea, una niña huérfana de madre que, ante las dificultadas de ser educada en solitario por su padre en la aldea, es trasladada por largas temporadas a la casa de su abuela, bajo la atención de una tía con amarguras del pasado y en convivencia con unos primos que la verán como una intrusa.

Allí, la libertad de otro paisaje se convertirá en una amenaza para sobrevivir en un entorno oscuro y falso, construido en una jerarquía social rígida.

Tristura es una novela muy valiente. Lo es hoy día y tuvo que serlo cuando se escribió. Por un lenguaje y una narrativa rompedores, pero también, y sobre todo, por su contenido, que, desde dentro, expone a una sociedad no tan cercana entonces a su desaparición. Quiroga es capaz de retratar momentos tan brutales como la visita de la sobrina de la criada o tan dolorosos como la primera comunión de Tadea. No hay crueldad ni complacencia, pero tampoco miedo. La mentira, el odio, la hipocresía, la miseria moral… se convierten aquí en elementos materiales que envenenan cualquier relación.

Me he enamorado de Tristura. Una novela magnífica, sorprendente.

Y con ello, una vez más, siento la ilusión de descubrir libros escondidos, uno de esos placeres personales que no me va a abandonar nunca, gracias a Dios. 

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