Sí, lo reconozco, no conocía a Amalia Avia, esta pintora que vivió su juventud en un Madrid que intentaba reponerse de una Guerra Civil y que realizó su primera exposición en 1964, el año que yo nací.
Me acerqué a la exposición de la Sala Alcalá 31, en Madrid, tras ver algunas fotografías en un reportaje de dominical y por supuesto atraído por el título, El Japón en los Ángeles. Hermoso y sugestivo como El Embrujo de Shanghai, de aquella novela de Juan Marsé. Y ambas se parecen no sólo en la época a retratar, sino en que el anacrónico contraste entre nombre y contenido no es tal si entendemos que hacen referencia a los sueños. En el novelista, surge de una película; en la pintora, del letrero en una tienda. En ambos son presencias evocadoras de un mundo que tal vez entonces, y para sus personajes, sólo existiese en la ficción, pero servía para dotar de cierto color una realidad gris.
Amalia Avia pinta paisajes urbanos en el vacío, fachadas que algún día tuvieron que ser de estreno pero que ella encuentra ya cansadas. Muchas escenas con personas que se pierden en una calle, se adentran en las escaleras del metro o se agolpan frente al cartel donde se anuncian los premios de la lotería. Y también fragmentos de interior, como diría Carmen Martín Gaite, otra creadora genial, hogares que parecen abandonados y que remiten a una decadencia ya gastada. Su mirada tiene algo de pastoso, casi velado, pero también de encuentro, y es extraño, un pequeño punto de nostalgia.
Creo que si esos cuadros fuesen un libro, serían sin duda Nada de Carmen Laforet. Novela llena de dolor, pero cruzada de parte a parte por la vida de esa mujer joven que busca respirar, que se sorprende y tiene miedo, que duele, pero que no está dispuesta a rendirse.
Sí, estoy de acuerdo en que la sensación general que transmite esta exposición puede ser triste, pero también que en cada una de sus pinturas hay una belleza extraña y delicada. Posiblemente es eso lo que la hace única. No os la perdáis. Hasta el 15 de enero.
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La sensación general que transmite Amalia Avia en esta exposición puede ser triste, pero en cada una de sus pinturas hay una belleza extraña y delicada. Si fueran un libro, serían sin duda Nada, de Carmen Laforet.