Ejercicios en barra fija

Maria Victoria de Rojas

23/04/2025

ejercicios en barra fija

Entre las muchas virtudes que, sin falsa modestia, estoy segura de que me adornan, se coló un grave defecto y es que soy incapaz de aguantar la risa ante las pequeñas desgracias ajenas de las que soy testigo. Primero me río y después ayudo.

En los últimos tiempos he acabado sentada en la acera al lado de una mujer que al ir a meter la compra en el maletero perdió pie, acabando con sus posaderas en tierra por intentar evitar que una cierta cantidad de naranjas acabaran rodando por el suelo, algo que, lógicamente, no consiguió. Primero me senté a su lado mientras sofocaba la risa, después le pregunté si estaba bien y, por último, la ayudé a recoger las naranjas.

Días después, siempre después de disfrutar de mi grata dosis de risas, pude auxiliar a un buen muchacho que se resbaló en el parque con tan mala fortuna que paró el golpe poniendo la mano sobre uno de esos regalitos de perro que sus amos no recogen. El bote de desinfectante de manos que la pandemia nos enseñó a llevar en el bolso y el socorrido paquete de pañuelos de papel que siempre me acompaña ayudaron a que aquel chaval perdonara mis risas.

No hace mucho que fui testigo del suicidio de una bandeja de pasteles y me río cada vez que lo recuerdo. La escena fue más o menos así: señor bien vestido entrado en años que sale de una pastelería portando en una mano, al modo de un camarero, una bandeja de lo que aparentan pasteles. No se sabe el motivo, pero la bandeja se desequilibra y acaba por estrellarse en el suelo. Por supuesto, Murphy hace de las suyas y la bandeja se voltea en el aire para caer ¡cómo no! por el lado de los pasteles. El señor se agacha, recoge la bandeja, estira como bien puede el papel del envoltorio hasta dejarlo lo más aparente posible, la coloca sobre su mano y continúa su camino como si no hubiera pasado nada. Imposible no reír.

El caso es que siempre había pensado que solo yo conocía mi gran defecto y que para los demás pasaba desapercibido, pero parece que me equivocaba.

Hace un par de meses que en vez de testigo fui la protagonista de una espectacular caída no muy lejos de mi casa. Me disponía a bajar la escalera de salida del parque cuando tropecé. Conseguí salvar los escalones de manera un tanto impropia, continué camino cogiendo velocidad y acabé con mis huesos en el suelo tan larga como soy. Me di la vuelta como pude para quedar sentada y sin poderlo evitar comencé a reírme.

Un hombre se acercó hasta mí.

—Me alegra mucho saber que no es usted tan mala persona como uno podría pensar y que es capaz de reírse también de sus propias desgracias —me dijo mientras extendía su mano.

—No lo puedo evitar. Es superior a mis fuerzas. Primero me río y después, si tengo ocasión, ayudo.

—Lo sé. He sido testigo desde la distancia de varios de sus ataques de risa.

Agarré su mano y traté de recuperar la vertical, pero al apoyar el pie derecho en el suelo la risa se me pasó de golpe, un leve aullido de dolor se escapó de mi boca y volví a mi cómoda postura en el suelo.

—Parece que se ha hecho usted un buen estropicio —me dijo—. ¿Se ve con fuerzas de llegar hasta ese banco para esperarme mientras busco ayuda?

Como buenamente pude, andando de rodillas, llegué hasta el banco que señalaba y me dispuse a esperar. Debía tratarse de un vecino porque no tardó mucho en aparecer con un coche al que me subí no sin esfuerzo, mientras se me saltaban las lágrimas y no precisamente de risa, y me llevó a las Urgencias del hospital donde pidió una silla de ruedas y se convirtió en un amable acompañante hasta que mi hija pudo hacer el relevo.

Esguince severo de tobillo: inmovilización, reposo y rehabilitación. En esta ocasión me habían salido caras las risas.

Efectivamente, Juan es un vecino. De vez en cuando pasa por casa para interesarse por mi estado de salud, he tenido oportunidad de darle las gracias por socorrerme y hemos compartido algún café, pero lo que me ha cambiado la vida han sido las sesiones de rehabilitación. A pesar del dolor y de lo incómodo de la situación, me considero una afortunada. Enfrente de mí se sitúa Teresa. que intenta recuperar la movilidad del brazo derecho tras una rotura que tardó en soldar más de lo esperado. Justo a mi izquierda, José realiza unos ejercicios similares a los míos. A mi derecha hay dos camillas. En la primera, Agustín es sometido a unos duros ejercicios para recuperar su pierna derecha tras decidir golpeársela con un bolardo mientras viajaba como paquete en una motocicleta. En la segunda, tratan de aliviarle los dolores de espalda a Tomás. Muy cerca quedan las lámparas de infrarrojos, donde Carmen y Manuela procuran relajar sus cervicales. Y todos juntos hemos decidido continuar con nuestros ejercicios tras las sesiones de rehabilitación y nos afanamos en hacer levantamiento de cristal en barra fija, compartiendo cañas y tapas en el bar de la esquina.

¡Qué rotos estamos, pero qué grandes somos!

No lo puedo evitar. Es superior a mis fuerzas. Primero me río y después, si tengo ocasión, ayudo.

María Victoria de Rojas

María Victoria de Rojas

Asesora y Colaboradora en soy50plus

Ha sido directora de la revista Ejecutivos y actualmente “sigue alcanzando metas” , tal y como cuenta ella misma.  Como escritora, ya lleva 3 libros publicados y es coach, speaker y editora del blog femeninoyplural.com. Es un honor para soy50plus contar con las colaboraciones de María Victoria dentro de CALMA.