De verdad, de todos los inventos de la humanidad, ¿hay alguno más enriquecedor que los libros? Guías que multiplican nuestras vidas y nos enseñan a superar las barreras del tiempo y el espacio, que son capaces de relativizar el tiempo ensanchándolo o haciéndolo muy corto, que tienen un efecto curativo directo sobre nuestras angustias, inquietudes o miedos, o simplemente, sobre el aburrimiento.
¿Cuántas de nuestras experiencias hemos vivido en la vida real y cuantas en los libros? ¿Cuántos de nuestros conocimientos les debemos a ellos? Pues bien, tengo la sensación de que pocas veces nos hemos parado a pensar en su origen y su desarrollo, dónde nacieron, cómo y por qué, y qué llevó a quienes se ocuparon de ellos a mantenerlos y multiplicarlos.
El infinito en un junco es un ensayo que habla de todas esas cosas, pero que tiene el acierto de contárnoslo a través de las historias que conforman un tapiz tan grande como la biografía de los libros. La autora, siempre presente, es capaz de urdir una pieza donde conviven a la perfección, datos, historia y leyenda, con las sensaciones de intimidad de cualquier lector.
Es casi un libro de cuentos, de pequeñas narraciones llenas de erudición, pero además muy entretenidas. Es una lección de cómo se pueden transmitir conocimientos con pasión, de cómo se puede iluminar aquello que permanece escondido.
Tengo la sensación de que Irene Vallejo, su autora, nos hace un regalo. Con generosidad, comparte con nosotros su amor por los libros, su necesidad de lectura y consigue darle personalidad al elemento, cuando la mayoría de las veces sólo hemos pensado en el contenido.
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Mirar atrás y reconocer la deuda que tenemos con todos los que pensaron que la belleza de las palabras y su sabiduría deberían permanecer para aquellos que viniesen más tarde. Ese es el viaje que nos propone esta obra única y apasionante.