Hace unos años, vi una serie documental, La escalera, donde se recorría la epopeya judicial de Michael Peterson, un escritor que, tras fallecer su esposa en lo que parece ser un accidente doméstico, es acusado de asesinato. Lo más sorprendente es que, cuando toda su familia, incluso su hijastra fruto de un matrimonio anterior de la víctima, apoya su inocencia, el acusado es declarado culpable. El único punto oscuro que aparece es su vinculación con una muerte anterior de otra mujer en similares condiciones.
Además de la sorpresa antes citada con respecto al resultado del juicio, llamaba la atención la cantidad de material que se mostraba, en lo que se refiere al entorno cotidiano del protagonista y su familia. Sin poder ofrecer una afirmación contundente con respecto a lo ocurrido, lo cierto es que este documental parecía inclinarse hacia la inocencia.
Tiempo después me encuentro otra serie con el mismo título: La escalera. Y sobre el mismo caso, en este caso desde la ficción. Y, en mi expectativa inicial, pienso que será la ficcionalización de una verdad que ya me han contado. Pues bien, aquí es donde nos encontramos con una paradoja que cambiará totalmente nuestra perspectiva.
Porque lo que se nos cuenta no es sólo el caso de Michael Peterson y su entorno, sino también la creación del propio documental, producido por una mujer fascinada por el personaje y capaz de manipular el contenido y la forma de presentarlo para conseguir el efecto deseado.
El padre de familia modelo del documental es aquí un mentiroso cruel, inteligente y mediocre en sus logros literarios, con una sexualidad confusa y unas relaciones poco empáticas con su entorno. Sus hijos son un grupo de muchachos víctimas de un afecto desordenado y con inseguridades varias que los convierte en enfermos de amor.
Todo muy diferente a lo que creíamos saber.
Por lo demás, la serie es impecable en su producción y muy eficaz en su escritura, lo más difícil. Sin tomar ninguna decisión, opta por la inteligente opción de materializar todas las posibilidades sin decantarse por ninguna, y nos ofrece una disección meticulosa y no complaciente de esta familia.
Apasionante pues este díptico, por motivos extra cinematográficos: recordarnos que un documental es otra forma de creación, y que, como la ficción, es susceptible de ser cuestionado. La verdad es, cada vez más, algo difícil de definir.
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Con años de diferencia, sendos documentales con el mismo título y sobre el mismo caso lo presentan y plantean para que lo entendamos de forma diferente. Lo que viene a recordarnos que un documental es otra forma de creación. Y que la verdad puede ser muchas verdades.