Creo que los 50plus de nuestro país no hemos vivido revoluciones. Cambios sí, sin duda, desde la llegada de la democracia como pistoletazo de salida, pero no esas revueltas que tanto en las antiguas repúblicas de detrás del Telón de Acero como en los países árabes, se convertían en un referente de la lucha por la libertad.

Parecería que el primer mundo, nuestra Europa y los EEUU, pero también algunos países asiáticos, gozaban de una estructura con un elevado nivel de complacencia y aceptación, donde la injusticia se afronta fundamentalmente desde la caridad.

Sin embargo, hace unos años sorprendió el éxito de una película coreana, Parásitos, donde la humillación culminaba en estallido; también Joker, donde el villano de la saga Batman se convertía en el instigador de revueltas contra los poderosos.

Pero, sobre todo, son dos magníficas películas francesas las que, como si pretendiesen resucitar su revolución, son más contundentes:

En 2019, un director para mí desconocido, Ladj Ly, se apropió del título de Victor Hugo, Los Miserables, para contarnos la vida en uno de esos barrios de París donde no se atreve a entrar la policía. Poco a poco, vamos contemplando y entendiendo el camino hacia una violencia tan brutal como comprensible.

Y hace unos días, se ha estrenado en Netflix Atenea, un viaje a la oscuridad desde el video viral de un joven aparentemente asesinado a manos de la policía. Aquí no hay principio, todo comienza en el fuego y termina en el germen de una guerra civil. Como una tragedia griega, seguimos en dos días el camino de los tres hermanos del fallecido. Y lo peor es que, cuando llegamos al final, nos damos cuenta de que lo que nos han contado es creíble.

El cine refleja y anuncia, avisa y enseña. En este caso, es importante que seamos conscientes de lo que nos está diciendo porque, como también nos cuentan todas estas historias, nada tan fácil y tan peligroso de manipular como la ira.

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