
Una reflexión sobre el vínculo humano en tiempos de individualismo
Durante décadas, formar pareja fue un acto de compromiso, de construcción, de entrega mutua. No era solo una cuestión sentimental, sino también una decisión práctica, vital. Las parejas se formaban para sumar, para enfrentarse juntas a los desafíos de la vida adulta, para crear un proyecto común. El amor era el motor, sí, pero también lo era la voluntad de compartir el peso de la convivencia y los retos diarios.
Hoy en día, ese modelo parece haber sido desmantelado. Las parejas ya no se entienden como unidades, sino como dos individualidades independientes, que conviven cuando pueden, cuando quieren, cuando les conviene. El vínculo ha perdido su carácter estructural y se ha convertido en algo accesorio, casi decorativo.
Hace 30 o 40 años, la pareja era el primer paso hacia la independencia. Se salía del hogar familiar para construir otro, con esfuerzo, con sacrificio, con ilusión. El alquiler era caro, la compra de vivienda casi imposible, pero se enfrentaba en pareja. Se multiplicaba el poder económico, sí, pero también el emocional. Se compartía el miedo, la incertidumbre, la esperanza.
Hoy, en cambio, se espera que cada individuo sea capaz de sostenerse por sí mismo, incluso en pareja. Se exige autonomía total, independencia radical, como si el vínculo fuera una amenaza a la libertad. Pero ¿qué libertad es esa que nos condena a la soledad estructural? ¿Qué modelo de sociedad hemos aceptado, donde el amor ya no es refugio sino riesgo?
Cada día los medios nos asaltan con misivas incendiarias sobre los excesivos precios de las viviendas y alquileres, que imposibilitan a los jóvenes arrancar esa deseada independencia. Y no deja de ser verdad, pero no solo para los jóvenes, sino para toda la sociedad en su conjunto. Sin embargo, volviendo a los jóvenes, la realidad es que su imposibilidad de emanciparse no es por culpa de la precariedad de los salarios ni del precio de la vivienda. Es una cuestión más profunda: hemos cambiado de paradigma moral; no se trata de salarios y precios, estamos ante una crisis de sentido. Hemos sustituido el “nosotros” por el “yo”, la cooperación por la autosuficiencia, el compromiso por la contingencia. La pareja ya no es el lugar donde se construye la vida, sino un espacio transitorio, frágil, condicionado por la comodidad y el miedo al sacrificio.
Y en ese nuevo modelo, los jóvenes no fracasan en su intención de emprender una vida fuera del seno pa/materno por falta de recursos, sino por falta de referentes. No saben cómo formar pareja porque ya no se les enseña a compartir, a ceder, a construir juntos. Se les educa en la lógica del rendimiento individual, no en la ética del vínculo.
Siento mucho si el título ha podido herir alguna sensibilidad, sinceramente no busca ofender, sino provocar. Porque lo que está en juego no es solo el modelo de pareja, sino el modelo de humanidad. Si seguimos entendiendo el amor como una suma de individualidades que no se tocan, que no se mezclan, que no se comprometen, acabaremos por perder el sentido mismo del vínculo.
La pareja no es una amenaza a la libertad, sino su complemento. No es una renuncia, sino una apuesta. Y quizás ha llegado el momento de recuperar esa idea: la de que juntos, no solo somos más fuertes, sino más humanos.
La pareja no es una amenaza a la libertad, sino su complemento.

Javier Bardón
Técnólogo, Escritor y Colaborador en soy50plus
Tras una carrera destacada en el dinámico mundo de la tecnología, formando parte de gigantes como DEC, Intel y Microsoft, así como llevar a cabo varios emprendimientos empresariales por cuenta propia, irrumpe recientemente con su primera novela, LAS TRES REVELACIONES, en el panorama literario, decidido a dejar una huella perdurable. Es un honor para Soy50plus contar con las colaboraciones de Javier.