En la era de las series, cuando las plataformas nos permiten atragantarnos con maratones que han hecho que el producto pierda la esencia de la temporalidad en su emisión, me gustan especialmente las breves. Tienen que ser muy buenas para que me compensen más de ocho capítulos y no digamos varias temporadas, y en cuanto a la duración de cada uno, 50 minutos me parece lo correcto.

Cuando me encuentro con el otro extremo, esas en las que cada entrega está cerca de los treinta, corre el peligro de que me parezca intrascendente. Pero cuando funciona, cuenta con el acierto de ir a lo esencial.

Dentro de las producciones patrias han destacado varias, Machos Alfa, Vida Perfecta… donde además, no sé por qué, se rompen las barreras de lo políticamente correcto con descaro y frescura (¡por fin¡).

Acabo de dar con otra, se llama A muerte y es un chico- conoce- chica incorporando cláusula de melodrama con grave enfermedad.

El chico es un joven contento con su vida sin que esta sea, aparentemente, demasiado atractiva. Trabaja en un concesionario, comparte piso con un amigo a pesar de su edad, y su novia acaba de dejarle, cuando le detectan un tumor.

La chica es un ser vital, brillante y desnortada, inestable e irreflexiva y con pocas ganas de madurar, a pesar de que su familia lo intente. Así que, cuando se entera de que se ha quedado embarazada, su vida da dos vueltas de campana.   

Y se encuentran.

A partir de ahí, nos esperan siete capítulos, entre treinta y cuarenta minutos cada uno, divertidos, muy divertidos algunos, emocionantes, lúcidos. Y, sobre todo, una colección magnífica de personajes de los que es imposible no enamorarse.

La pareja son Joan Amargós (a quien no conocía) y Verónica Echegui. Magníficos los dos, están rodeados de un grupo de intérpretes que, estoy seguro, se lo han pasado tan bien como nos lo hacen pasar a nosotros.

Hacedme caso: una magnífica sorpresa.

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