Creo que la primera vez que leí La roja insignia del valor, me pilló muy joven. A pesar de ser un libro breve, tiene un ritmo totalmente diferente a la literatura bélica a la que estábamos acostumbrados a esa edad. A fin de cuentas, es una reflexión interior dolorosa sobre el miedo y la irracionalidad en circunstancias extremas.
Paul Auster, para mí otro de los Nobel sin Nobel, escribió hace unos años una biografía para mí sorprendente sobre el autor de aquella novela, Stephen Crane. Digo sorprendente porque no era consciente de la posición que ese título ocupa en la historia de la literatura norteamericana. En casi mil páginas, nos presenta a un personaje tan peculiar como indefinible, capaz de vivir sin ninguna atadura y escribir con la seguridad de quien se sabe un genio aunque los demás no lo reconozcan. Un ser tan independiente como único.
También disecciona su obra. El conjunto, nos ofrece una visión muy amplia y enriquecedora de la escena cultural de esos años, no sólo en USA, ya que el protagonista falleció finalmente en Gran Bretaña, donde vivió sus últimos años.
La obra de Auster es magnífica y está escrita en un perfecto equilibrio entre la admiración y el rigor. Volver a leer a Crane era casi un tributo obligado.
Y tengo que reconocer que, años después, he disfrutado La roja insignia del valor como lo que es, una de las mejores novelas escritas sobre la guerra, una narración visceral capaz de desarrollar la intimidad de un ser humano expuesto al dolor y a la muerte, a la desesperanza y, por qué no, a la cobardía.
No hay mejor guía de lectura que un escritor, como nos demostró Irene Vallejo con esa joya que no me cansaré de alabar, El infinito en un junco. Aquí, Paul Auster resucita para mí a un autor a quien además convierte en personaje.
Y releer siempre tiene un punto de sorpresa: quienes éramos, quienes somos.
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No hay mejor guía de lectura que un escritor. Paul Auster, en su biografía sobre Stephen Crane, resucita a un autor a quien además convierte en personaje.