La sociedad digital actual nació a golpes de genio al principio del milenio. De los garajes, como había surgido Microsoft, brotaron ideas revolucionarias. Por la fama de siestero de su creador, Shawn Fanning, su socio Sean Parker y él llamaron NAPSTER al primer lugar para intercambiar archivos entre “iguales”. Para entendernos: entre gentes de a pie. Internet asomaba aún como una gran fuente universal de conocimiento e información. La filosofía original de la red era compartir. Hola, amigos: aquí mis discos, en mi ordenador. Pasad y llevaos lo que queráis. No me trasteéis mucho. Bueno, de eso se encarga Napster, creo. Ah, y canciones solo de una en una, y una copia, no me dejéis sin discos. Copia privada, copia pública, piratería. ¿Qué era eso?
Como todo lo que tiene valor, acabaría en los tribunales. Napster pagaría 26 millones a las compañías discográficas porque así lo dictó un juez en 2001. Qué era eso de regalar la música. Pero le salieron hermanitos: Emule, Gnutella, Morpheus, sí a todos nos suenan. ¿Quién los persigue a todos? Lo siguiente, como tantas cosas en los últimos veinte años, es la historia de una revolución provocada por el uso, o sea, por los usuarios. Las compañías discográficas (no todas eran multinacionales voraces) se tuvieron que reinventar, porque era muy fácil eludir el pago para acceder a la música en internet.
La última gran revolución en el mundo de la música había sido de contenidos, no tecnológica. En 1977, el punk pilló a todos con el pie cambiado. Así eran los maravillosos 70. Mientras nacía el punk, los Kinks seguían entregando discos buenísimos (Sleepwalker es de 1977). Pero con la conmoción social que generó, unos tipos que escupían, no sabían tocar y lanzaban proclamas que no se sabía muy bien si eran comunistas, fascistas o qué, el punk exigía una respuesta y la industria reaccionó para absorber las nuevas tendencias musicales posteriores al rock y que no quedaran al margen. El video mató a la estrella de la radio (la canción era de 1979, de Bruce Woolley and the Camera Club, pero la popularizaron los Buggles en 1980). Nació MTV en 1981. Y la música se hizo imagen.
Y las discográficas siguieron forrándose, aunque hubo cancha para más pequeños actores. Hasta que llegó Napster. Quien más quien menos hizo sus pinitos en casa. En mi recuerdo, años de mucho curro, niños pequeños y conexiones muy lentas. Pero eran madrugadas llenas de magia. Podías pedir lo que quisieras (como ahora con Spotify, por ejemplo). Y quizá no era tanto un problema de pago, sino de encontrar esos discos que ninguna tienda te podía encontrar, esos cantantes de rock canadienses de Quebec cuyo disco de 1979 te embelesó y a los que nunca pudiste seguir la pista, ni siquiera en tiendas de París. Y de repente, en la noche llegaban desde no se sabía dónde, de forma muy lenta, a tu ordenador, esas canciones que ahora ya sabías que existían. Y esa canción de Human League que te recordaba al verano del 83, pero que no podías pensar en tener, porque antes los discos se compraban así, enteros y tú querías el recuerdo de aquella semana en Ibiza, no toda Human League. Y el concepto de la canción que te apeteciera era nuevo, rompedor, revolucionario. Y el pueblo abrazó la revolución. Pero no nos olvidemos de que la revolución que llega desde garajes norteamericanos lo hace bañada en capital. La música se transformó, las multinacionales sufrieron, pero ahí siguen, voraces, la música en directo, como experiencia única, se ha consagrado como el máximo valor.
Ahora, un solo de saxo en un club de jazz es igual de irrepetible que siempre pero quizá lo valoramos más, un negocio muy distinto a los conciertos de verano con un cartel de 20 grupos en tres días en un recinto donde todo está bajo control, más o menos, y las cervezas se compran con tickets magnéticos. Mil estilos de música para mil noches de verano. ¿Podría soñar algo así, durante sus siestas, Shawn Fanning, el creador de Napster?
Como todo lo que tiene valor, acabaría en los tribunales. Napster pagaría 26 millones a las compañías discográficas porque así lo dictó un juez en 2001. Qué era eso de regalar la música. Pero le salieron hermanitos: Emule, Gnutella, Morpheus, sí a todos nos suenan. ¿Quién los persigue a todos?