Me encantan los tópicos para romperlos. Supongo que es una manía que vamos ganando con la edad. “El libro siempre es mejor”. ¿Cúantas veces hemos oído eso? Y cuántas veces podríamos cuestionarlo.

En el caso que hoy quiero comentar, hay equilibrio. Tanto el libro como la película son obras mayúsculas, siempre asumiendo la dependencia que la segunda tiene del primero. Me refiero a El olvido que seremos, novela de Héctor Abad Faciolince y película de Fernando Trueba.

La novela la leí hace unos años. Era un homenaje del autor a la figura de su padre, un doctor en Medellín, Colombia, que dedicó su vida a la atención a los desfavorecidos, un hombre bueno que fue capaz de implantar en su familia la exigencia de justicia y la alegría de vivir. Recuerdo que él me emocionó. Me hizo recordar otra evocación de figura paterna, Matar a un ruiseñor, y pensé entonces que si alguien alcanza ese recuerdo en sus hijos, su vida habría tenido sentido.

Fernando Trueba es un director con muy buenas películas detrás, y afronta la narración desde un guion modélico que divide la historia en dos partes. La primera, en color, es un cuadro brillante de la familia del protagonista, con sus alegrías y sus tristezas, pero con mucha, mucha vida. La segunda, en blanco y negro, nos lleva a las zonas más oscuras de su lucha: por un lado, la vida adulta de sus hijos, con sus propios problemas; por otro, una situación política tan difícil como necesitada de compromiso.

El director, igual que ocurría con el escritor, consigue que empaticemos fácilmente con sus personajes. Vivimos con ellos la larga trayectoria de un hombre que nunca se conformó y que decidió militar en la vida. Es difícil no emocionarse, no compartir sus batallas pero también su alegría.

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