Confieso que leí a F. Ibáñez

Enrique de Pablo

18/07/2023

Edificio

Puedo decir que estas últimas navidades también compré un Mortadelo. No le fallé hasta el final. Puedo decir que no es una figura relacionada sólo con mi infancia. Lo he disfrutado también de mayor. Y me he seguido partiendo de risa, con 10plus y con 50plus. Puedo decir que siempre he tenido presente a F. Ibáñez como si fuera uno más de mi familia. Y ahora, claro, estoy de duelo.

Durante el confinamiento por la pandemia, leí mucha literatura propiamente dicha y de la buena, Rayuela me leí dos veces, pero también, para descargar tensión, recuperaba volúmenes de la Colección Olé guardados por casa, algunos destrozados o mutilados de páginas. Y me los leía a gusto.

Es que Ibáñez no hacía sólo historietas y humor para niños. Sí, los disfraces, las peripecias y calamidades, los golpazos y trompazos que se llevaban… Pero no se privaba de insertar afilados, atinados guiños a la actualidad, la que fuera, política, deportiva, social… Y esos ya los captabas cuando te hacías un poco más mayor. Es más, había situaciones que de niño te hacían reír por lo cómicas o disparatadas que te podían resultar entonces, pero de adulto te llegaban por otras razones, otros disparates, que muchas veces reconocías de la vida real. Y entonces ya no te reías, te desternillabas.

Seguramente porque sus personajes son básicamente gente normal aderezada con tintes fantásticos o surrealistas. Mortadelo y Filemón son en realidad dos tipos de la calle, que luego resulta que trabajan de superagentes y uno tiene la facultad de transformarse. El Súper es el típico jefe o director general de cualquier empresa, con sus ademanes autoritarios, sus ínfulas y también sus humanidades y miserias. Parecido se puede decir de Pepe Gotera y Otilio, quién no se ha topado con ellos alguna vez cuando ha contratado algún servicio. ¿O quién no ha tenido un compañero de oficina excéntrico o incomprendido, aunque no hiciera inventos estrafalarios como el profesor Bacterio? Y pocos se acuerdan de aquella Familia Trapisonda, un grupito de que era la monda. Y eran pura vida real.

Luego estaban esos personajes digamos de atrezzo, los que salían una vez como si fueran extras que traía para sus viñetas. Es que todos eran gente que alguna vez has visto por la calle o en un bar, de todas las idiosincrasias y pelajes posibles. Y si lo pensamos, no neguemos que alguna vez habremos conocido a algún merluzo, andoba, batracio, hotentote e incluso burricalvo

Aunque la quintaesencia del costumbrismo la vuelca Ibáñez en la impagable 13 Rue del Percebe. Ahora, para algunos exquisitos, resulta ser su mejor creación. Yo no estoy de acuerdo, porque creo que Mortadelo es no sólo su gran éxito nacional e internacional, sino la creación que más evolucionó -busquen los primeros de los 50, comparen con los de El Sulfato Atómico o El Caso del Bacalao y luego con los de los 80 y hasta nuestros días. Pero es verdad que los inquilinos de aquel inmueble de la calle del Percebe son una delicia, un verdadero retrato caleidoscópico del género humano en prácticamente todas sus cotidianas manifestaciones. Y ni uno normal, claro, ¿quién es normal en su intimidad?

En buena medida, sus historietas y sus personajes eran como él. Hablaban como él, con las mismas expresiones, aunque es verdad que más despacio, porque Francisco, el de carne y hueso. hablaba muy deprisa. Pero, sobre todo, se notaba que estaba al día y muy bien informado. De la gran actualidad, desde luego, pero también al cabo de la calle, de las cosas que pasan cada día, que te cuentan cuando hablas con la gente o cuando tomas café en un bar. En los últimos tiempos, era evidente que montaba las historias en torno a temas de rabiosa actualidad -Bárcenas, Villarejo, los recortes, el cambio climático…-, pero en aquellas gloriosas por episodios de los años 70 y 80 –Los Invasores, Los Mercenarios, Los Monstruos, El Elixir de la Vida, etc, etc…- metía sus puntaditas o colaba a alguna celebridad del momento, y lo clavaba.

En él se ha hecho cierta aquella frase de Pablo Picasso, que decía que “la inspiración existe, pero te tiene que encontrar trabajando”. Porque ha sido un genio muy currante. Él mismo se caricaturizaba muchas veces, siempre en su mesa de trabajo, con todos los aparejos de dibujo, con su café y otros estimulantes, desbordado y agobiado por entregar las páginas. Y es verdad que, aunque ha currado hasta última hora, no perdía el pulso ni el tino. Puede ser que los guiones de sus últimos ‘mortadelos’ ya se hicieran un tanto repetitivos -estaría bueno, después de 220 títulos en 54 años-, pero, amigo, no le había abandonado la inteligencia. Esas introducciones histórico antropológicas seguían siendo antológicas.

Porque a lo mejor no se habla tanto de ello, pero Francisco Ibáñez, además del genial dibujante que hemos celebrado, era escritor. Él lo decía, que el lenguaje era tan importante como los dibujos. Parece ser, lo he sabido ahora, que se esforzaba por no repetir la misma palabra en la misma historia, para lo que hacía acopio de sinónimos. Pero, sobre todo, escribía con puntería y gracejo, se inventaba expresiones y frases que terminaron en muchos casos convirtiéndose en clásicos. Y claro, construía excelentes guiones. Por eso, las primeras historias largas de Mortadelo son obras de arte. Luego ya llegarían las historias por episodios, que entiendo que eran una fórmula para producir más como le pedía la editorial. Pero la cantidad no fue en detrimento de la calidad. Mantuvo su ingenio innato y, de hecho, esos años fueron quizás no sólo los más prolíficos, sino también los de mayor creatividad y, desde luego, los más hilarantes. Tan potente era ese lenguaje que, cuando los han llevado al cine, para mí, Mortadelo y Filemón no tenían tanta gracia.

También mantuvo hasta la última historieta la energía y vitalidad de sus dibujos, la expresividad que irradiaban. Sin ser un experto en este arte, me asombraba cómo, con apenas las cejas y la boca, era capaz de reflejar absolutamente todos los sentimientos y estados de ánimo con todos sus matices. Porque no es lo mismo estar enfadado que indignado, ofendido o enrabietado. Y tampoco se dibuja igual a alguien si está triste que si se siente apesadumbrado, deprimido o consternado. Volviendo a Picasso, me parece que era el expresionismo en el cómic.

Durante el tiempo que tuvo secuestrados a sus personajes, porque Bruguera se había quedado con sus derechos pero no con él, decía con su sorna que tenían que pagar a uno para que hiciera los dibujos, a otro para que escribiera los guiones… y a otro para que se leyera aquello. Porque es verdad que esos fueron infumables. Al final, Ediciones B compró esos derechos, los personajes retornaron con su dueño y hasta hoy… hasta el sábado pasado.

Aquí están todos los títulos de Mortadelo y Filemón. ¿Cuántos te has leído? A mí me salen más de 50. Sí, confieso que leí a F. Ibáñez y hasta hace nada. Y no dudo que no tardaré en releerme alguna de esas historias, aunque sea por enésima vez al cubo. Lo que no sé es por cuál empezar.

Pero sí por dónde terminar. Dándole las gracias infinitas por lo feliz que me hizo. A mí y a mucha, tanta gente…

Publicado en F. Ibáñez: siempre y hasta hace nada – Byenrique

Las historietas y el humor de Ibáñez no eran sólo para niños. Había siempre guiños a la actualidad y a las situaciones que vivimos en la vida corriente. Esta siempre informado y al cabo de la calle. Y sus personajes tenían algo de él, pero también de la gente con la que convivimos a diario. ¿Quién no ha conocido a un merluzo o a un burricalvo?