Posiblemente era un cambio que ya había comenzado antes de la pandemia y que, aunque esta no hubiese tenido lugar, habría llegado tarde o temprano. Me estoy refiriendo a la posición de las plataformas como canales de distribución de cine de estreno. Es cierto que esto conlleva o puede conllevar un triste abandono de las salas, pero también, poniéndonos en positivo, nos ofrece la oportunidad de acceder a películas que, de otra manera, se convertirían en Cine invisible.

Como ejemplo, tres sorpresas recientes:

• • Bac Nord, de Cedric Jimenez (Netflix), excelente policiaco francés. Cine de siempre: grupo de agentes patrullando en los barrios más peligrosos de Marsella, con la necesidad, en alguna ocasión, de tambalearse en el filo de la ley. Tanto por sus escenas de acción como por sus personajes centrales, merece mucho la pena.
  • Hierve, de Philip Barantini (Filmin), o una noche demencial en un restaurante de éxito en Londres. Filmado en un solo plano secuencia, la película es una recreación perfecta del microcosmos formado por empleados y clientes, en un estado constante de tensión.
  • Siete prisioneros, de Alexander Moratto (Netflix). El relato más brutal de la posibilidad de que la esclavitud siga existiendo hoy día en ciudades del primer mundo, en este caso, en Sao Paulo, Brasil. Y lo peor es que la historia es tan creíble como desoladora. Imposible olvidarla pronto sin muchas dudas.

Cualquiera de estas tres películas habría merecido una gran pantalla. La experiencia única de una sala oscura donde tantas veces nos hemos sorprendido y tantas hemos disfrutado. Pero lo importante es no tener que renunciar a obras tan importantes ante la profusión de otras producciones, muchas de ellas menores.

Y, por supuesto, que estas plataformas sean un complemento a aquello que nunca deberá desaparecer. Una sala de cine es un templo, no dejemos que se convierta en un museo.

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