Terror en el hipermercado

María Victoria de Rojas

18/07/2025

Terror en el Hipermercado

Ya, ya, si lo sé. Me lo explicaron el primer día que monté en cólera: que los hipermercados y supermercados decidan un buen día cambiarlo todo de sitio tiene que ver con una supuesta medida de marketing, no con la locura de ninguno de los directivos. No me equivoco si digo supuesta, porque si con todo el mundo les pasa como conmigo, mal van. Por regla general, no solo no cae al carro ninguno de esos hipotéticos productos con los que me van a tentar con el cambio, sino que dejo sin comprar varios de los sí me hubiera llevado al ser incapaz de encontrarlos. En alguna ocasión hasta he dejado de ir durante algún tiempo al hipermercado en cuestión. Puestos a tener que explorar, por qué no aprovechar la ocasión y conocer otros lugares, lo mismo se acaba por encontrar nuevos productos de otras marcas exclusivos del nuevo lugar.

Una de las cosas que ha aportado la tecnología a mi vida es que la lista de la compra ya no vive en un papel pegado con un imán a la puerta de la nevera, sino que viaja conmigo en el teléfono, así que cualquier momento es bueno para hacer la compra. La semana pasada, aprovechando que había salido de casa muy tempranito y que ese vampiro llamado ambulatorio tardó poco tiempo en chuparme la sangre, decidí parar un momento en el hipermercado. Total, no era mucho lo que tenía que comprar y a esas horas habría poca gente. Calculé que tardaría poco más de media hora, tres cuartos como mucho, ¡ilusa yo! Lo habían cambiado todo de sitio, juro que a traición y ni los mismos trabajadores sabían dónde estaban las cosas, así que servían de poca ayuda. Me pasa siempre y es que en ese momento se instala en mi cerebro la canción de Alaska y mi cabeza repite sin cesar el estribillo: ‘terror en el hipermercado, horror en el ultramarinos…’

Tomé posición al fondo del primer pasillo, tomé aire para calmar la indignación, me resigné a perder un par de horas de mi vida en aquel lugar, la semana pasada amable, hoy inhóspito, y comencé un lento recorrido por los pasillos confiando en que la mente calenturienta que había realizado el nuevo diseño hubiera guardado, al menos, un poco de cordura.

La angustia por no pasar de largo por delante de algún producto necesario te lleva a caminar lento, muy lento. A veces me siento como un rastreador en busca de pistas: si el tomate al natural está por aquí, las verduras en conserva no estarán muy lejos… Entonces ocurre que dejas el carro aparcado para mirar con más soltura y, como no eres la única persona que tiene esa idea, acabáis por organizar un pequeño atasco en el pasillo entre los carros aparcados y la gente que circula en ambos sentidos a la que le impides pasar.

En uno de estos momentos de caos, volvía rápidamente a ocuparme de mi carro cuando, al cruzarme con un señor (tengo que decir que muy bien plantado, que hubiera dicho mi madre) le oí decir:

—Está siendo complicado…

—No lo sabe usted bien.

Seguimos nuestro camino.

Estaba yo afanándome por crecer varios centímetros para llegar al fondo de una estantería elevada donde, si me separaba lo suficiente, veía que había varios paquetes del café de la marca que suelo comprar (imposible llegar y, por supuesto, nadie del personal por los alrededores) cuando una figura me sujetó con suavidad.

—Deje que la ayude. —El mismo apuesto señor del pasillo anterior se había hecho fuerte frente a la estantería y me ofrecía el ansiado paquete de café—. ¿Era esto lo que necesitaba?

—Sí, justo ese café buscaba. Muchas gracias. Está siendo una mañana horrible. Lo que no está demasiado alto, lo han puesto casi en el suelo, que tengo los riñones casi al jerez de tanto agacharme y levantarme. No encuentro la mitad de las cosas. ¿A usted también le está pasando o soy solo yo la inútil?

—¡Qué va! ¡Qué va! Seguro que usted no es inútil. Fíjese que este es mi segundo recorrido del circuito y todavía no he conseguido encontrar la mitad de las cosas que venía a comprar.

—Yo he estado a punto de darme por vencida y marcharme, pero sería tirar por la borda todo el tiempo que ya he invertido.

—Le propongo un trato. Compartamos las listas de la compra y exploremos juntos. Siempre se ha dicho que cuatro ojos ven más que dos.

Seguimos camino juntos y aun así no fuimos capaces de completar nuestras listas de la compra y eliminar todos los productos. A cambio yo me llevé una salsa para carne que me recomendó con un cierto entusiasmo y él se convenció de dar una oportunidad a unas alcachofas confitadas que para mí son pura delicia.

Dos horas después decidimos dar de mano. Además, a lo tonto, casi se había hecho la hora del aperitivo por lo que decidimos que lo mejor que podíamos hacer era pagar, pasar por casa para descargar las respectivas compras (los congelados imponen su tiranía) y premiarnos con un vermut, vino o caña por lo bien que habíamos acabado por superar la prueba.

Tras el aperitivo llegó la comida y más tarde el café y la copa de sobremesa. Fuimos inteligentes y lo regamos todo con una excelente conversación que nos llevó a finalizar la tarde dando un paseo por el parque del río. ¿Quién sabe si el tiempo nos llevará a continuar haciendo la compra juntos?… Pero con una sola lista y un solo carro.

Me pasa siempre y es que en ese momento se instala en mi cerebro la canción de Alaska y mi cabeza repite sin cesar el estribillo: ‘terror en el hipermercado, horror en el ultramarinos…’

María Victoria de Rojas

María Victoria de Rojas

Asesora y Colaboradora en soy50plus

Ha sido directora de la revista Ejecutivos y actualmente “sigue alcanzando metas” , tal y como cuenta ella misma.  Como escritora, ya lleva 3 libros publicados y es coach, speaker y editora del blog femeninoyplural.com. Es un honor para soy50plus contar con las colaboraciones de María Victoria dentro de CALMA.