
No soy una ‘gata’ auténtica ya que no cumplo con el requisito de formar parte de la tercera generación de nacidos en Madrid. Me falla la rama materna. Ahora bien, mis padres intentaron conseguirme el título, al menos por adopción, al bautizarme en San Ginés (sí, donde la chocolatería, bueno, en la iglesia de al lado) y presentarme después a la Virgen de la Paloma. Quizá este sea el motivo por el que durante muchos años mi sangre comenzaba a tomar calor el 2 de mayo y alcanzaba su punto de ebullición el día 15, provocando la necesidad imperiosa de acudir a la Pradera de San Isidro para encontrar algo de frescor.
Tengo la sensación de que José Mota me conocía cuando popularizó aquella frase de “si hay que ir se va, pero ir ‘pa ná’ es tontería” y es que mucha Pradera, mucha Pradera, pero jamás me acercaba hasta la verbena por la simple razón de que ni tenía traje de chulapa, ni sabía bailar el chotis, ni tenía con quién bailarlo.
Hace unos años me propuse enmendar el error y es que, conforme al chotis de Agustín Lara, yo quería que me hicieran emperatriz de Lavapiés, me alfombraran de claveles la Gran Vía y me ofrecieran un agasajo postinero en Chicote.
Solucionar el primero de los problemas no debía ser complicado. Existen muchas tiendas de disfraces en las que adquirir o alquilar un traje de chulapa. Pero yo quería más. Quería que fuera el mío y que, sin perder un ápice de elegancia, disimulara con maestría las muchas curvas que desde mi juventud han venido adornando mi cuerpo. Afortunadamente encontré a un hada modista escondida en una de esas tiendas de arreglos rápidos de ropa que se entusiasmó con el encargo. No saldría barato y le llevaría su tiempo, pero finalmente tendría lo que de verdad quería y sería perfecto.
Pensé que encontrar la solución a los dos siguientes problemas sería tan fácil como con el primero y que la encontraría en un único lugar, pero me equivocaba.
En uno de esos paneles que hay en algunas tiendas en los que la gente deja sus anuncios, en mi caso concretamente en la panadería, encontré la publicidad de una academia de baile que, entre las muchas disciplinas que ofertaba, incluía el chotis. Para allá que fui. Me dijo la dueña que llevaba años ofertando las clases, pero que jamás había conseguido despertar el interés por ellas. Me contó que incluso había intentado meterlo de clavo en las clases de baile de salón y que sus alumnos se habían negado. Tengo que reconocer que me molestó. Seguro que las clases para aprender a bailar sevillanas tenían lista de espera. Me di media vuelta y me marché un tanto indignada.
Alguna ventaja debía tener vivir en estos tiempos tecnológicos y le consulté a san Google. Una vez más, no falló: existen diversas asociaciones que buscan preservar las costumbres y tradiciones madrileñas entre las que se encuentra, por supuesto, el chotis. Me ofreció un listado, tomé nota de la más cercana a casa y hacia allá encaminé mis pasos.
Primer fracaso.
—¿Tienes pareja? Nosotros te podemos enseñar, pero la pareja la tienes que poner tú.
Segunda asociación, segundo fracaso.
—Como venir, puedes venir y aprender mirando. Pero que sepas que no te vamos a prestar a nuestros hombres con lo que nos ha costado convencerlos —me dijo una señora con mando en plaza—. A mi marido solo me arrimo yo.
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! Tercer intento y más de lo mismo. El problema era que el número de asociaciones no es tan amplio como uno pueda soñar y las opciones se iban agotando.
Empezaba a desesperar ¡Con el pastizal que había invertido en el dichoso traje y acabaría colgado en el armario para los restos!
Por una de esas carambolas del destino acabé yendo a cenar a casa de los amigos de una amiga. Ella no quería ir sola y bueno, pues me presté a actuar de acompañante. Como he hecho en otras muchas ocasiones de mi vida, había empezado a utilizar el método Umbral (“yo he venido aquí a hablar de mi libro”) y soltaba el rollo sobre mi gran problema a la más mínima oportunidad.
Estábamos terminando de tomar el postre cuando un pequeño silencio me lanzó al ruedo.
—Tengo un problema que puede parecer una tontería, pero me está amargando la vida.
Silencio absoluto. Supongo que esperaban que en realidad me estuviera muriendo. Reconozco que soy una maestra en esto de crear expectación.
—Estoy empeñada en acudir a la verbena de San Isidro y marcarme un chotis vestida de chulapa y resulta que no puedo aprender a bailarlo. Nadie está dispuesto a enseñarme si no aporto mi propia pareja de baile.
—¡Antonio! ¡Llévate a Antonio! —exclamó el anfitrión mirando a uno de los comensales con una sonrisa de oreja a oreja—, es el candidato perfecto.
—¿Te crees que no soy capaz? —contestó el aludido.
—No tienes lo que hay que tener. Claro que como dicen que el hombre solo tiene que dar vueltas en una baldosa, quizá el problema de tus dos pies izquierdos pase desapercibido.
—¡Mira quién fue a hablar! Si te dejábamos que pusieras tú los discos para que tuvieras algo que hacer en las fiestas…
La conversación fue subiendo de tono hasta que llegó el consabido “no hay huevos”. La cuestión es que ese reto ya no fue cuestión de dos, sino que acabó por implicar a todos los hombres sentados a la mesa.
Una semana después, seis parejas nos personábamos en la primera asociación que había visitado y firmábamos nuestra entrada al paraíso del chotis.
Lo mejor de toda esta historia no ha sido que yo haya conseguido acudir a la verbena de San Isidro vestida de chulapa y marcarme un chotis que, tratándose de Madrid, me llevó directamente al cielo. Lo mejor han sido y siguen siendo todas las actividades a las que vamos juntos, las verbenas, los bailes y, sobre todo, las risas que compartimos. Alguna pareja se ha ido, otras han venido.
Antonio resultó ser un excelente bailarín y somos pareja de hecho, pero solo en el baile. En el baile y tomando whisky. Me explico. Al parecer el chotis tiene su origen en Bohemia y proviene del término Schottisch (en alemán, escocés) y claro, la asociación de ideas nos llevó a abandonar el agua de la fuente de la Ermita del Santo y a utilizar como combustible otro tipo de bebida, siempre guardando el debido respeto a las costumbres madrileñas.
¡Si es que somos canela fina!
Hace unos años me propuse enmendar el error y es que, conforme al chotis de Agustín Lara, yo quería que me hicieran emperatriz de Lavapiés, me alfombraran de claveles la Gran Vía y me ofrecieran un agasajo postinero en Chicote.

María Victoria de Rojas
Asesora y Colaboradora en soy50plus
Ha sido directora de la revista Ejecutivos y actualmente “sigue alcanzando metas” , tal y como cuenta ella misma. Como escritora, ya lleva 3 libros publicados y es coach, speaker y editora del blog femeninoyplural.com. Es un honor para soy50plus contar con las colaboraciones de María Victoria dentro de CALMA.