Cuando Hanna Arendt acuñó el concepto de la banalidad del mal para hablar del holocausto y los campos de concentración, se convirtió para muchos en una proscrita. Parecía que para las víctimas era incluso más humillante el pensar que las razones de su sacrificio carecían de la “grandeza” del odio o el exterminio dirigido, para pasar a ser sólo causa de la miseria obediente.
Ha pasado el tiempo, lo ocurrido ya no es tan epidérmico y posiblemente podamos volver a esa reflexión sin ofender a nadie. Eso es lo que nos ofrece una de las películas más interesantes de este año.
En La Zona de Interés, su director, Jonathan Glazer, se sitúa allí donde Arendt hizo su reflexión, en el mismo contexto. La historia tiene lugar en el hogar de uno de los generales responsables de Auschwitz, una casa pegada a la pared del infierno y que podría resultar encantadora si no fuera por los sonidos que se escuchan y las nubes de humo que a menudo se elevan hasta el cielo.
El director, más que una narración, nos describe lo cotidiano. Vemos a una familia que podría ser cualquier otra, sus invitados y sus celebraciones, sus problemas por el traslado del padre… Eso sí, hacia el final hay una escena sorprendente en la que, quienes vemos lo sucedido desde la distancia, nos podemos ver reflejados: juzgamos y sentimos la rabia de no comprender cómo pueden aceptar así el sufrimiento ajeno, pero si somos sinceros, surgirán otras preguntas. ¿No estamos nosotros banalizando lo ocurrido también?
¿Está el concepto de la banalidad del mal muy alejado de las personas que acuden a estos campos, conservados hoy día como recuerdo de la tragedia, para hacerse selfies que colgar en sus redes? ¿Es verdaderamente esa la manera de contribuir a que nunca se olvide? ¿No se han convertido estos lugares en meros parques temáticos donde asomarse un poquito a la historia desde una superficialidad absoluta?
La película es estática, casi una instalación en algún momento. Es imposible empatizar con sus personajes y las víctimas casi no aparecen. Es coherente, no hay ni un asomo de trampa y quizás por eso resulte tan fría como una distante obra de arte.
Pero es necesaria. Una buena ocasión para ser conscientes, en mi opinión, de que el mal nunca es banal para las víctimas. No lo banalicemos nosotros.
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La Zona de Interés nos invita a reflexionar sobre la banalidad del mal y nos hace preguntarnos si no lo estamos banalizando nosotros también. Por eso, además de una de las películas más interesantes del año, es necesaria para ser conscientes.