En las historias medievales de capa y espada, quien está cerca del soberano no es su mejor general, ni su maestro espiritual, ni siquiera su médico. Quien ostenta la garantía de ser siempre escuchado, es sin duda el mago. Estoy seguro de que esa dinámica, que nos parece propia de tiempos oscuros, se ha mantenido en épocas mucho más cercanas, aunque evitando su difusión frente al peligro de que el mandatario de turno fuese acusado de supersticioso.

Posiblemente, en esos niveles, lo que ha cambiado es el concepto de la magia. Ya no está en convertir enemigos en corderos o desatar tormentas capaces de hundir la flota. Ahora la magia consiste en hacer cambiar de opinión a personas maduras y aparentemente bien informadas, hacer que una mentira se torne en verdad, confundir como camino al triunfo. Y esa magia, poco a poco, ha ido expulsando cualquier atisbo de ideología para tener como único objetivo el poder en sí mismo.

Para quienes pensamos que la caída del Muro de Berlín fue uno de los acontecimientos más importantes de la historia moderna, El mago del Kremlin, de Giuliano de Empoli, es una novela fantástica porque habla precisamente de eso.

El protagonista, al parecer inspirado en el magnate Vladislav Surkov, es un hombre que, desde una modesta posición en la realización televisiva, especialmente en reallity shows, escala posiciones hasta convertirse en la mano derecha, el mago, de Vladimir Putin. Desde su capacidad de influencia y su intuición, se sitúa como sustituto de esos personajes legendarios y, también como ellos, entiende que lo único que importa es el poder.

Es buen material para la reflexión, pero también es una novela apasionante, algo que sin duda ocurre con la literatura histórica cuando lo que cuenta nos pilla cerca.

Difícil no disfrutarla, pero también difícil no sentir un poco de miedo pensando en las fuerzas escondidas que nos gobiernan. Llamadme ingenuo, pero yo seguía creyendo en el valor de la verdad.

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