Ahora que ya volvemos a viajar, posiblemente se nos acumulen los planes. ¿Y si buscamos un destino estimulante y sensual sin salir de Europa? No lo dudéis: Budapest. Quizás porque el Danubio discurre en su máximo esplendor y caudal, porque la ciudad rezuma aromas o porque el culto al cuerpo y la mente se expresan por doquier.
La capital de Hungría es en realidad dos ciudades que componen su nombre: Buda y Pest. La primera, escarpada, una sucesión de colinas coronadas por palacios y entornos monumentales; la segunda, plana, rectilínea y cosmopolita. Y, como dicen allí, no las separa un río, sino que el Danubio las une.
Y muy fácil de recorrer. Desde la misma orilla, en Pest, puedes divisar puesto en fila todo lo que has de ver en Buda, no tiene pérdida: el Monte Gellert, el Castillo de Buda, la gótica y neogótica Iglesia de Matías… Y desde ésta, apostado en el Bastión de los Pescadores -mejor al atardecer, casi sin gente- ves casi todo lo que hay en Pest: la gran arteria Andrassy Út, la Catedral de San Esteban, la Ópera, y por supuesto, el edificio del Parlamento, uno de los más soberbios de Europa, si no el más.
Para cruzar de una a otra, no hay paso mejor que el Puente de las Cadenas, uno de los emblemas de esta ciudad y de los más ensoñadores que hayamos cruzado. Una y cien veces, de día y de noche, iluminado, parándote a asomarte a un lado y al otro. No, no es posible pasar este puente deprisa y corriendo.
Y no es posible irse de Budapest sin conocer sus baños. Los hay de sus épocas romana o turca, y funcionan hoy como spas naturales: nada de tecnología, la sincronización de las fuentes y los chorros es obra de pura ingeniería. Imprescindibles los del Hotel Gellert, con su balneario antiquísimo y su célebre piscina de olas en un marco art decó, en la que te sentirás dentro de alguna película que viste; Széchenyi, los mayores baños termales de Europa, pero además, monumentales. Y muchos, por toda la ciudad. En algunos no encontrarás ni un turista. Gente que va a tomar sus tratamientos, pero también chicos y chicas que van pasar la tarde, y claro, a ligar.
Otro atractivo es que en Budapest se come excelente y barato, al menos cuando uno estuvo por allí. Sí, es la tierra del Gulasch y la Paprika (que básicamente es lo mismo que nuestro pimentón), pero no se queda ahí. Tengamos en cuenta que la cocina austrohúngara fue una de las más apreciadas de Europa, sobre todo cuando aquel imperio tuvo su esplendor. Con una buena cerveza Dreher o regada por una copa de tokaji, de quien Luis XIV de Francia dijo que es “vino de reyes y rey de los vinos”.
Por lo demás, no sé si puede decirse que la ciudad o el país vivan hoy su mejor momento. Pero lo contado, ahí sigue y está. Y si nos hemos dejado algo, aquí 10 lugares imprescindibles que visitar
Por cierto, tendemos a considerar Hungría un país del este, quizás porque los 50plus vivimos la época del Telón de Acero, pero ellos reniegan. Los húngaros se consideran centroeuropeos y su historia les pone en su sitio. Después del magiar, su segunda lengua es el alemán.