¡Que viva Italia!

Santiago Quiroga

05/09/2025

El camino vasco de Fernando Aramburu se refleja en Patria, una novela ambientada en una localidad y el entorno de  ETA. Publicaciones de soy50plus

Hubo un tiempo en que el cine italiano era un referente dentro del europeo. Allí nació el neorrealismo de la mano de autores como De Sica o Rosellini y convivían creadores tan diferentes como Fellini, Pasolini o Visconti.

Hace unos años, una película titulada La Gran Belleza nos recordó a todos aquella época. Por un lado, por su exuberancia, por otro por su orgullo nacional, un orgullo alejado del chauvinismo y que reconoce (y adora) sus propias imperfecciones, pero es capaz de convertirlas en señas de identidad.

Paolo Sorrentino, su director, nos ha regalado después otras magníficas películas, alguna tan italiana como esta, La mano de Dios, donde la pasión por el fútbol de ese país guiaba el camino a la madurez del protagonista. Y ahora llega Parthenope, posiblemente una de las cintas más hermosas que nunca se han rodado.

Parthenope es a Nápoles lo que La Gran Belleza era a Roma, un homenaje a su grandeza y a su hermosura. Aquí además lo personaliza en una mujer a la que acompañamos desde su nacimiento a su jubilación, desde una belleza egoísta a una belleza generosa, y asistimos a las huellas del paso del tiempo, donde lo único que no es efímero es el amor y la sabiduría.

Lo importante en esta propuesta tan imperfecta como fascinante creo que es que, de nuevo, Sorrentino recupera ese orgullo italiano que se compone de excesos, de gritos y mitos, e igual que hizo Fellini, su claro maestro, desborda la imaginación para convertir recuerdos en personajes tan imposibles como reales y crear con ellos escenas totalmente mágicas.

El cine es eso, el barroquismo de Visconti, la agresiva verdad de Passolini, la realidad gris de Rosellini y, por supuesto. la locura y la fantasía, de Fellini a Sorrentino. Todo cabe en el cine como todo cabe en cualquier país y por eso amarlo supone hacerlo sin complejos, y contarlo sin vergüenza.

No sé si Sorrentino llegará a situarse con el tiempo y en la memoria a la altura de sus antecesores, lo que sí sé es que en el camino nos ha dado y nos seguirá dando muy buen cine, y a muchos, la emoción de estar orgullosos de ser italianos.

¿Patriotismo? Sí, ¿y qué…?

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Sorrentino recupera ese orgullo italiano que se compone de excesos, de gritos y mitos, e igual que hizo su maestro Fellini, desborda la imaginación para convertir recuerdos en personajes tan imposibles como reales.