A raíz de la trilogía de Gómez Jurado, ya he escrito aquí sobre mi defensa a la cultura del best seller. Para dejarlo claro: hay best sellers buenos, regulares o malos, igual que aquellos libros que venden menos. Y personalmente, me niego a dar por supuesta la falta de calidad de un libro por el hecho de que tenga millones de lectores. Como mucho, los envidio.
Pues bien, mi búsqueda, ante la ingente cantidad de novelas que me gustaría tener tiempo para leer, consiste en dilucidar, dentro de estos autores con miles de adeptos, cuáles merecen la pena (lo mismo que con el resto, pero en ese caso me ayudan las críticas de los suplementos culturales que, erróneamente, pocas veces hablan de estos).
Mikel Santiago apareció con su última obra en el puesto dos o tres de las listas de más vendidos. Me pregunté quién era y me lancé a por El Hijo Olvidado, recién publicada. Y, así por resumir, me he pasado cuatro días pegado a él.
La historia sucede en el País Vasco, perfectamente descrito, y su protagonista es un policía cansado por el trajín de novelas anteriores (a las que tendré que prestar atención). Cuando su sobrino es acusado de asesinato (no cuento nada: se sabe en la primera página), deberá volver para dedicarse a probar su inocencia, aunque eso, como es habitual, implique no utilizar siempre métodos ortodoxos.
Lo que nos ofrece Santiago es una novela policiaca magnífica, fiel al género en su capacidad para sorprendernos, incluso manipularnos, y guiarnos para que nunca nos perdamos. La trama está perfectamente estructurada, los personajes perfilados meticulosamente con tres o cuatro líneas y nunca tenemos la sensación de que nos esté engañando.
Lo he pasado como un enano. Y ahora, que venga alguien a decirme que no es literatura. Está mucho más cerca de lo que querían hacer en su época Julio Verne o Wilkie Collins que de muchos Premios Nobel de hoy día. Y eso no me lo quita nadie.
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El Hijo Olvidado es una novela policiaca magnífica, fiel al género, con una trama perfectamente estructurada y los personajes meticulosamente perfilados en tres o cuatro líneas. Y ahora, que venga alguien a decirme que no es literatura.