Animales de costumbres como somos, solemos disponer de nuestra propia Guía Michelin en la que figuran nuestros restaurantes favoritos, esos a los que nosotros mismos hemos otorgado estrellas.
Y esas estrellas quizá no tengan que ver con manteles de hilo, cristalerías talladas, platos deconstruídos o una bodega impresionante, pero sí con un trato amable que nos hace sentir cómodos, una cocina que nos alegra el día y una clientela que nos convierte en parte de la tribu.
Tuviste la precaución de reservar con antelación y ¡menos mal! El local está hoy lleno hasta la bandera y no te extraña. Se superan día a día y cada vez que vas tu experiencia es mejor. Imposible saber cuántas reseñas has publicado ya en Internet hablando de las bondades de su cocina, del trato exquisito, de lo ajustado de su precio, de la amabilidad del personal…
Con una sonrisa caminas hasta tu mesa.
—Como siempre, la del rincón. Como a usted le gusta. ¿Le voy trayendo su copa de jerez mientras decide qué comerá hoy?
—Sí, por favor. Muchas gracias.
Y empiezas a derretirte de satisfacción mientras tomas asiento, desdoblas la servilleta y abres la carta. Te gusta el rincón porque te permite ver sin ser visto y, para alguien que come solo, acompañar las viandas con una cierta dosis de cotilleo sano e imaginativo, supone abandonar la soledad para, de alguna manera, convertirse en un comensal más en las mesas ajenas.
Levantas la mirada de la carta buscando la inspiración necesaria para elegir qué delicia comerás hoy cuando descubres al dueño del local hablando con una persona, alguien con quien nunca has cruzado una palabra pero que conoces. Es alguien del barrio, alguien con quien alguna vez has coincidido en ese mismo restaurante, en la tienda de la esquina o en el quiosco. Los dos gesticulan y, aunque no llegas a escuchar ni una sola palabra, sabes qué se están diciendo.
—Sabe que lo haría encantado, pero hoy es imposible, estamos completos.
—Haga un por poder, aunque sea en un rinconcito de la barra.
—De verdad, lo siento y mucho. Sé que nos honra con su presencia con una cierta frecuencia, pero tengo las manos atadas…
Y sin saber por qué, te levantas, te acercas hasta ellos y le ofreces que comparta tu mesa.
P.D. Lo que pasó después pudo resumirse en el doblez de una servilleta o sirvió para escribir una novela. Lo dejo en tus manos.
… Y sin saber por qué, te levantas, te acercas hasta ellos y le ofreces que comparta tu mesa… Visita el foro “Comer en compañía”.
María Victoria de Rojas
Asesora y Colaboradora en soy50plus
Ha sido directora de la revista Ejecutivos y actualmente “sigue alcanzando metas” , tal y como cuenta ella misma. Como escritora, ya lleva 3 libros publicados y es coach, speaker y editora del blog femeninoyplural.com. Es un honor para soy50plus contar con las colaboraciones de María Victoria dentro de CALMA.