Andar una o dos horas en bici es un ejercicio aeróbico que fortalece las piernas, mejora la resistencia física y el sistema cardiovascular, quema un buen número de calorías y reduce el estrés. Pero correr el Tour de Francia o simplemente hacerse una etapa de seis puertos, es inhumano.
Correr media hora es un ejercicio que puede combinar fases aeróbicas y anaeróbicas, y a los beneficios anteriores añade que fortalece los huesos, mejora el tono físico general y se sigue quemando grasas después de la carrera, si esta ha sido a ritmo intenso. Pero correr un maratón en dos horas y poco es para superdotados.
El tenis es otro deporte aeróbico que además confiere agilidad física y mental, estimula la destreza y favorece la coordinación de movimientos. Pero hablamos de jugar partiditos más o menos competidos. Porque hacerse entero el circuito de la ATP es tortuoso y agotador.
Una excursión por la montaña, incluso coronar alguna pequeña cumbre, es una actividad impagable, que además de ejercitar nuestro físico nos adentra de lleno en la naturaleza, nos despeja la mente, y si es en grupo, fortalece nuestros lazos y relaciones. Pero el alpinismo, además de extremadamente duro y arriesgado, requiere una tremenda fortaleza mental.
Cuando entramos en el debate sobre si el deporte es o no es sano, no dudemos: sí lo es y eso es perfectamente demostrable. Pero siempre y cuando lo hagamos como un divertimento o una rutina asumible y placentera, y claro está, en la medida de nuestras posibilidades.
Lo que no es sano es el deporte de élite. Nuestro gran Rafa Nadal confesó en una entrevista que no recuerda la última vez que jugó un partido sin dolor. Pero él juega para ganar grandes torneos, para ser número uno y, por qué no decirlo, para ganar mucho dinero.
Los deportistas de élite son súper profesionales que viven de ello y para ello. Por eso exprimen su cuerpo, lo llevan al límite a fin de mejorar cada día sus resultados. Esto supone entrenamientos intensivos y específicos, una alimentación rigurosamente cuidada, controles médicos continuos y un estilo de vida entregado a su causa: competir y ganar.
Por supuesto, esa vida no es para cualquiera. Y aparte del necesario sacrificio durante su carrera deportiva para alcanzar el éxito, conlleva riesgos para el cuerpo. En forma de lesiones, claro, pero también de secuelas. Sufren las rodillas, los tobillos, las muñecas… y sufre el corazón. Hay grandes deportistas que, una vez retirados, tienen dificultades para llevar una vida completamente normal.
En cambio, lo único que se le pide a una persona normal es hacer ejercicio razonable y llevar una dieta equilibrada. Disfrutar a la vez que cuida y mejora su cuerpo. Y hacerlo progresivamente, ir mejorando poco a poco y, desde luego, sin que nadie nos obligue. Parar en cuanto notemos que la cosa se puede complicar o, simplemente, cuando sintamos que ya no disfrutamos.
Por supuesto, lo normal es que a los 50plus ya no podamos ser deportistas de élite. Pero cuidado, porque los hay que siguen llevando una vida de deportistas casi profesionales. Esa es la otra faceta del deporte a alto nivel, sea contra otros o contra uno mismo: la satisfacción de enfrentarse a retos y superarlos. Eso, bien llevado, puede ser perfectamente compatible con un deporte sano para vivir mejor.
Oímos a veces decir que el deporte no es sano. Nos lo espetan cuando tenemos contracturas, torceduras o una pequeña sobrecarga. Pero eso no son más que simples accidentes. Lo verdaderamente insano es no hacerlo.