Creo que fue en los noventa cuando se publicó Las cenizas de Ángela, primera parte de las memorias de Frank McCourt. Un libro que pronto se convirtió en un best seller por muchas razones, pero principalmente por el retrato que el autor hacía de su madre, una mujer capaz de todo para sacar adelante a su familia en la empobrecida Irlanda de la primera mitrad del pasado siglo. Porque madres sólo hay una.

Acabo de terminar Historia de Shuggie Bain, de Douglas Stuart (editorial Sexto Piso) y lo primero que tengo que decir es que tengo la sensación de que es una novela que dialoga a la perfección con el anterior. El escenario es Escocia y el momento, los años ochenta. Sin embargo, la miseria es la misma, provocada por las duras medidas económicas del gobierno británico. Y sí, la protagonista es una madre.

La madre, Agnes, no es en este caso un personaje inspirador. Una mujer bella y convencida de que merece un futuro mejor, será incapaz de ordenar su vida y de mantener unida a su familia. De hecho, será incapaz de algo más que de autodestruirse entregada al alcohol. Pero lo que la hace cercana a la Ángela del otro libro, es que también ella es amada con pasión por su hijo menor, el Shuggie Bain del título, un muchacho sensible, víctima al igual que ella de no encajar en su entorno.

Al margen de esto, Historia de Shuggie Bain es una novela magnífica de la que me cuesta pensar que no contenga mucho de personal. La emoción que produce sólo puede venir de la verdad. Esto haría que tuviésemos que pensar en Douglas Stuart no sólo como un muy buen escritor sino también como alguien muy generoso. Y que quiso mucho, muchísimo, sobre todo a su madre.

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Probablemente, podríamos extraer como conclusión que, tan valioso como amar con generosidad, es tener la capacidad de atraer el amor de los otros a pesar de, aparentemente, no merecerlo. A fin de cuentas, ambas son maneras de enseñar a querer.