
Cuando los mayores no producen, pero sostienen la empresa
Hace unos días leí un post en LinkedIn que me llamó mucho la atención. Comentaba una tendencia que al parecer se está imponiendo en el país del sol naciente, consistente en contratar a personas mayores, ya en edad de jubilación, no pensando en exprimirles con su trabajo, sino como, vamos a llamarlo, una especie de terapeutas sociales.
En un país donde la longevidad es norma y la natalidad se desploma, Japón está redefiniendo qué significa trabajar. Estos trabajadores, a menudo con más de 70 u 80 años, no ocupan cargos técnicos ni ejecutivos. Su función es simbólica, emocional y pedagógica. Acompañan a los recién incorporados, les enseñan cómo comportarse en reuniones, cómo vestir, cómo saludar. Su sola presencia genera estabilidad, respeto y continuidad. En una sociedad marcada por la presión laboral y el estrés crónico, estos mayores actúan como anclas humanas, como puentes entre generaciones. Y a su vez, estos reciben una compensación razonable que les ayuda a complementar sus paupérrimas y cada vez mas devaluadas pensiones.
Recuerdo que cuando estudiaba la carrera de Ciencias Empresariales, allá por la segunda mitad de los años 70, había un concepto o más bien un principio, que se me quedó grabado en mi hipocampo: La Función Social de la Empresa. Autores como Röpke y Eucken o Galbraith, entre otros muchos, impulsaron la idea de que la empresa no era un simple agente económico, sino que tenía una faceta fundamental de responsabilidad hacia el bienestar colectivo. Desgraciadamente, llego Friedman con su neoliberalismo y vino a decir todo lo contrario: «la única responsabilidad social de la empresa es aumentar sus beneficios»; tocado y hundido…
Estados Unidos y la vieja Europa rindieron pleitesía al accionista como único depositario del valor que las empresas eran capaces de crear. Es cierto que las grandes multinacionales han continuado ofreciendo a sus trabajadores importantes beneficios sociales como seguro médico, seguro de vida, alimentación subsidiada, coche de empresa, ayudas al fondo de pensiones, formación continuada, etc, pero más bien como un señuelo para retener el talento, más que por una vocación para que los empleados y sus familias tengan un mejor nivel de vida.
Japón, con su tradición de respeto por la edad y la experiencia, está demostrando que el trabajo puede ser algo más que rendimiento medible. En un mundo obsesionado con la eficiencia, esta apuesta por la vuelta a aquel inmaculado principio anterior al neoliberalismo, debería inspirar a otras sociedades que se enfrentan igualmente al envejecimiento poblacional, al estrés y la pérdida de capital humano.
Con un poco de suerte, el mundo volverá a pensar que el futuro del trabajo no está solo en la automatización y la Inteligencia Artificial, sino en que las personas podamos cubrir nuestras necesidades más fácilmente y ser más felices. Acciones como sacar lo mejor de quienes ya han recorrido el camino impactando en los que empiezan de forma positiva, es una forma de avanzar, y por qué no, compartir con ellos parte de los ingentes beneficios que de otra forma se van a ir acumulando en las inmensas milmillonarias cuentas corrientes de unos pocos.
Como dice un proverbio de nuestra lengua madre: “Finis coronat opus” (“el fin corona la obra”). Y nosotros que lo veamos…
Autores como Röpke y Eucken o Galbraith, entre otros muchos, impulsaron la idea de que la empresa no era un simple agente económico, sino que tenía una faceta fundamental de responsabilidad hacia el bienestar colectivo.

Javier Bardón
Técnólogo, Escritor y Colaborador en soy50plus
Tras una carrera destacada en el dinámico mundo de la tecnología, formando parte de gigantes como DEC, Intel y Microsoft, así como llevar a cabo varios emprendimientos empresariales por cuenta propia, irrumpe recientemente con su primera novela, LAS TRES REVELACIONES, en el panorama literario, decidido a dejar una huella perdurable. Es un honor para Soy50plus contar con las colaboraciones de Javier.