No soy lector de poesía abundante, soy más de novela. De hecho, apenas leía poesía con cierta continuidad hasta que hace unos años la curiosidad, bendita curiosidad, me llevó a asomarme a algunos autores, casi buscando un descanso.
No sé cuál será vuestra sensación, pero para mí, la lectura de estos textos supone descubrir voces, de una extrema sensibilidad, a las que escucho en una ceremonia íntima y singular, de acercamiento. Y creo que lo fundamental es que me acercan como nadie a percibir la belleza como una forma de sabiduría.
Así descubrí la grandeza de Aleixandre, la delicada cotidianeidad de Louise Glück o el barroquismo de Anne Carson.
Ahora es Ana Blandiana la que me ofrece su poesía. Unas piezas que consiguen retratar la fragilidad, como cuando Isabel Quintanilla dibuja un vaso de cristal, pero con palabras. Porque, como ella misma dice en uno de sus poemas, “todo lo que toco se transforma en palabras”. Desde esa reacción alquímica, la autora entiende la literatura como un territorio donde refugiarse, y por ello, “literaturiza” el día a día, sus pensamientos, los objetos y paisajes que la rodean….
Cuántas frases he subrayado en este pequeño libro:
” Agitando sobre el mundo (…) el cielo claro”
” La interminable lluvia del tedio”
” En una lluvia como esta puedes enamorarte de repente”
“Quiero sentir los músculos de las palabras con la mano”
“El dolor aísla de un modo más atroz que los muros”
“Señor, cuanta literatura contenemos”
Blandiana es otra voz única. Una más a la que seguiré escuchando. Porque sí, se puede descansar en las palabras y ellas son, sin duda, el camino más sólido a la belleza.
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“Todo lo que toco se transforma en palabras”. Desde esa reacción alquímica, Ana Blandiana convierte en literatura pensamientos, objetos, paisajes y todo lo que la rodea.