Nunca entenderé por qué nos cuesta tanto valorar aquello que nos hace reír. “Está bien, pero es sólo una comedia”, cuántas veces hemos escuchado esa frase, como si nos avergonzase valorar lo que nos divierte. ¿Dudamos del valor de El apartamento, Ser o no ser, El maquinista de la general…? ¿Están por debajo de otras películas por el mero hecho de que esas sean más serias?
Cuando a Rita Hayworth le preguntaron por su relación con Orson Welles, dijo que vivir con un genio veinticuatro horas era agotador. Y es que la trascendencia está sobrevalorada. Y parece mentira que esto nos ocurra a nosotros, en un país donde nos reímos tan bien.
Esta introducción viene a colación de dos series españolas que he decidido defender (¡como si les hiciese falta¡). Tienen varias cosas en común: en primer lugar, contar con capítulos de media hora, con lo que no hay tiempo para el aburrimiento y van directamente a lo esencial; en segundo lugar, su objetivo es, nada menos, que hacer que nos lo pasemos bien y las dos lo consiguen.
La primera, No me gusta conducir, de Borja Cobeaga, nos presenta a un cuarentón que ha decidido sacarse el carnet a pesar de su reticencia traumática a sentarse delante de un volante. Tiene su toque sentimenta, pero, sobre todo, es rica en situaciones en las que no es difícil identificarse.
La segunda, Machos Alfa, un retrato de la masculinidad convencional frente a los nuevos modelos, me divierte especialmente por lo que tiene de políticamente incorrecto. Cuatro amigos con diferentes estructuras familiares intentarán adaptarse a su manera a lo que se supone que ahora se espera de ellos. Se la debemos a los hermanos Caballero.
Repito: en las dos me lo he pasado muy bien y las dos están muy bien escritas. No cometamos el error de perdérnoslas por no quedar de frívolos o superficiales. Siempre habrá tiempo para Bergman. Y posiblemente, si estamos atentos, también aquí encontraremos mucho para pensar.
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Dos series españolas, No me gusta conducir y Machos Alfa, nos recuerdan la importancia de valorar lo que nos hace reír, además en un país donde nos reímos tan bien. No cometamos el error de perdérnoslas.